- Escrito por Ronald Suárez Rivas
Ronald Suárez Rivas
Foto:
PINAR DEL RÍO.—EL 31 de octubre pasado, cuando escuchó
la voz de Daniela del otro lado del teléfono, Manuel Carmona se
sintió el abuelo más feliz del mundo.
En su mano tenía por fin lo que tanto su nieta le había pedido: un
mensaje de puño y letra del Comandante en Jefe Fidel Castro.
Varios meses atrás, había comentado en su casa que estaba
trabajando en un proyecto relacionado con la producción de
alimentos, que el líder de la Revolución seguía de cerca.
«A veces lo veíamos hasta tres y cuatro veces en la semana,
interesado por los más mínimos detalles, desde el estado de los
animales, hasta la siembra de forrajes», cuenta este pinareño de
la zona de Loma de Candelaria, en el municipio de Consolación
del Sur.En cuanto lo supo, Manuel afirma que Daniela le pidió
que le hiciera llegar al Comandante una carta en agradecimiento,
por lo que el sistema de salud cubano había hecho por ella, una
niña campesina de una zona muy humilde de Pinar del Río.
Cuando apenas tenía un año de edad, Daniela sufrió un dolor a
un costado del abdomen, que obligó a someterla a un tratamiento
de oncología.
«Desde el primer suero se quedó sin pelitos. No se sabe quién
lloraba más, si ella o yo —relata Yaniris Hernández, la madre.
En total estuvimos ocho meses en el hospital William Soler de La
Habana».
Al cabo de ese tiempo, la niña fue dada de alta. Primero los médicos
decidieron seguirla todos los meses, luego fueron espaciando los
turnos y en la actualidad le toca chequearse una vez al año. No
obstante, Yaniris asegura que el diagnóstico es que la pequeña está
completamente curada.
Cada vez que recuerda aquellos días, la madre revive la enorme
tensión de no saber si su hija rebasaría el tratamiento, los análisis,
los sueros, y con la voz entrecortada afirma que gracias al esmero
de los médicos, Daniela logró sobrevivir.
Hoy la niña tiene siete años y cursa el segundo grado en una escuela
rural en Loma de Candelaria, en la que ya aprendió a escribir y a leer
de corrido.
Por eso cuando su abuelo le contó que con frecuencia veía a Fidel,
quiso enviarle una cartica contándole su historia, y pidiendo que le
dedicara un autógrafo.
«Las primeras, las redactó en hojitas de una agenda. Todos los fines
de semana, cuando venía a su casa, me preguntaba si se la había
entregado, y le tenía que inventar alguna excusa para decirle que no.
Entonces me escribía una nueva», recuerda Manuel.
Así pasaron varios meses hasta que un día, les habló del encargo de
su nieta a sus compañeros de trabajo, y estos le sugirieron que se
lo comentara a uno de los ayudantes de Fidel.
«El hombre lo consultó con el Comandante, y este le respondió
que si con eso la niña se iba a sentir feliz, que se la llevara».
Entonces, Daniela volvió a redactar su mensaje, pero esta vez
con su mejor letra y en una hoja más amplia, y también le envió
una foto.
Al día siguiente, el líder de la Revolución le devolvía la carta, con
una dedicatoria suya al final, y su firma inconfundible. Además
con la promesa de que en otro momento, él también le escribiría a
ella.
Emocionado, Manuel cuenta que enseguida llamó por teléfono a
la nieta para contarle la noticia. «Noté que no me respondía nada,
le pregunté qué le pasaba, y me dijo:“Ay, abuelo, es que me
dejaste sin palabras”».
A partir de entonces, la pequeña quedaría a la espera de la misiva
del Comandante, pero en la mañana del 26 de noviembre, cuando
se despertó, supo que su carta ya nunca llegaría.
«Para todos en la casa significó un momento de mucha tristeza
—cuenta Manuel—, nunca pensamos que aquel mensaje para
Daniela sería un último recuerdo».
Más que una reliquia familiar, para él, las palabras de Fidel a su
nieta constituyen una prueba de su grandeza como ser humano.
«Es un honor tener un documento como ese, con el cariño que
lo hizo, para una niñita campesina del fondo de Pinar del Río»,
dice.
Por ello, aunque la muerte repentina del líder de la Revolución
cortara la correspondencia, a Daniela le queda la dicha de haber
intercambiado de manera breve con él, y de que el Comandante
decidiera conservar una foto suya. Y también le queda su legado,
ese que asegura que no haya un solo niño sin hospital o sin escuela,
gracias al cual ella pudo curarse de su enfermedad, y recuperar su
pelo largo, y crecer, y ser feliz.
Tomado del Periodico Sierra Maestra
la voz de Daniela del otro lado del teléfono, Manuel Carmona se
sintió el abuelo más feliz del mundo.
En su mano tenía por fin lo que tanto su nieta le había pedido: un
mensaje de puño y letra del Comandante en Jefe Fidel Castro.
Varios meses atrás, había comentado en su casa que estaba
trabajando en un proyecto relacionado con la producción de
alimentos, que el líder de la Revolución seguía de cerca.
«A veces lo veíamos hasta tres y cuatro veces en la semana,
interesado por los más mínimos detalles, desde el estado de los
animales, hasta la siembra de forrajes», cuenta este pinareño de
la zona de Loma de Candelaria, en el municipio de Consolación
del Sur.En cuanto lo supo, Manuel afirma que Daniela le pidió
que le hiciera llegar al Comandante una carta en agradecimiento,
por lo que el sistema de salud cubano había hecho por ella, una
niña campesina de una zona muy humilde de Pinar del Río.
Cuando apenas tenía un año de edad, Daniela sufrió un dolor a
un costado del abdomen, que obligó a someterla a un tratamiento
de oncología.
«Desde el primer suero se quedó sin pelitos. No se sabe quién
lloraba más, si ella o yo —relata Yaniris Hernández, la madre.
En total estuvimos ocho meses en el hospital William Soler de La
Habana».
Al cabo de ese tiempo, la niña fue dada de alta. Primero los médicos
decidieron seguirla todos los meses, luego fueron espaciando los
turnos y en la actualidad le toca chequearse una vez al año. No
obstante, Yaniris asegura que el diagnóstico es que la pequeña está
completamente curada.
Cada vez que recuerda aquellos días, la madre revive la enorme
tensión de no saber si su hija rebasaría el tratamiento, los análisis,
los sueros, y con la voz entrecortada afirma que gracias al esmero
de los médicos, Daniela logró sobrevivir.
Hoy la niña tiene siete años y cursa el segundo grado en una escuela
rural en Loma de Candelaria, en la que ya aprendió a escribir y a leer
de corrido.
Por eso cuando su abuelo le contó que con frecuencia veía a Fidel,
quiso enviarle una cartica contándole su historia, y pidiendo que le
dedicara un autógrafo.
«Las primeras, las redactó en hojitas de una agenda. Todos los fines
de semana, cuando venía a su casa, me preguntaba si se la había
entregado, y le tenía que inventar alguna excusa para decirle que no.
Entonces me escribía una nueva», recuerda Manuel.
Así pasaron varios meses hasta que un día, les habló del encargo de
su nieta a sus compañeros de trabajo, y estos le sugirieron que se
lo comentara a uno de los ayudantes de Fidel.
«El hombre lo consultó con el Comandante, y este le respondió
que si con eso la niña se iba a sentir feliz, que se la llevara».
Entonces, Daniela volvió a redactar su mensaje, pero esta vez
con su mejor letra y en una hoja más amplia, y también le envió
una foto.
Al día siguiente, el líder de la Revolución le devolvía la carta, con
una dedicatoria suya al final, y su firma inconfundible. Además
con la promesa de que en otro momento, él también le escribiría a
ella.
Emocionado, Manuel cuenta que enseguida llamó por teléfono a
la nieta para contarle la noticia. «Noté que no me respondía nada,
le pregunté qué le pasaba, y me dijo:“Ay, abuelo, es que me
dejaste sin palabras”».
A partir de entonces, la pequeña quedaría a la espera de la misiva
del Comandante, pero en la mañana del 26 de noviembre, cuando
se despertó, supo que su carta ya nunca llegaría.
«Para todos en la casa significó un momento de mucha tristeza
—cuenta Manuel—, nunca pensamos que aquel mensaje para
Daniela sería un último recuerdo».
Más que una reliquia familiar, para él, las palabras de Fidel a su
nieta constituyen una prueba de su grandeza como ser humano.
«Es un honor tener un documento como ese, con el cariño que
lo hizo, para una niñita campesina del fondo de Pinar del Río»,
dice.
Por ello, aunque la muerte repentina del líder de la Revolución
cortara la correspondencia, a Daniela le queda la dicha de haber
intercambiado de manera breve con él, y de que el Comandante
decidiera conservar una foto suya. Y también le queda su legado,
ese que asegura que no haya un solo niño sin hospital o sin escuela,
gracias al cual ella pudo curarse de su enfermedad, y recuperar su
pelo largo, y crecer, y ser feliz.
Tomado del Periodico Sierra Maestra
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