Por:
Rosa Miriam Elizalde
A las 6:50 de la mañana entran por el portón del
Cementerio de Santa Ifigenia las cenizas de Fidel Castro.
Hace una mañana espléndida de domingo, inusitadamente
fresca en esta ciudad caribe, como si se hubieran confabulado
los vientos para recibir al Comandante en Jefe sobre la tierra
de Cuba.
Cuando frente al edificio administrativo de Santa Ifigenia se
detiene el armón militar que ha peregrinado con la urna de cedro
por casi toda la Isla, ya están alineados los miembros del Buró
Político, con el General de Ejército Raúl Castro Ruz a la cabeza,
en la explanada contigua frente al austero monumento donde
reposarán las cenizas. El mausoleo es una piedra pulida, igual que
las que abundan en los márgenes del Río Cauto, solo que esta es
de granito y proviene del yacimiento de Las Guásimas, al este de
Santiago de Cuba. En el corazón de la roca, hay un tajo cuadrado
donde va la urna, protegida por una placa que lleva grabado una
sola palabra: Fidel.
Hay otros detalles que conmueven de este lugar, delimitado por
helechos, palmas y las califas moradas de la Sierra Maestra, que
también acompañan el Mausoleo de los Combatientes del Segundo
Frente, donde yace Vilma Espín. A la derecha, una pared de
hormigón donde se puede leer, en letras doradas, el concepto de
Revolución que expresó Fidel el 1 de mayo de 2000 y que los
cubanos han refrendado en estos días de luto.
Fidel no está solo en Santa Ifigenia. Lo acompañan cubanos que
él adoró en vida, comenzando por José Martí, los mártires del
ataque al Cuartel Moncada y los caídos en misiones internacionalistas.
En el horizonte, las montañas de la Sierra Maestra. A unos pasos de
su tumba, Carlos Manuel de Céspedes, Mariana Grajales, 32
generales de las guerras de Independencia contra el colonialismo
español, los hermanos Frank y Josué País….
Cuando la banda de música interpreta las notas de la cantata
“Eterno Fidel”, la pequeña urna que se guardaba dentro de la caja
de cedro, llega hasta las manos de Dalia Soto del Valle, su esposa,
que es la estampa de la dignidad y el dolor. Detrás de ella está la
familia y justo frente, al otro lado del Mausoleo, más de 40 invitados
internacionales, amigos del Comandante y personalidades que
asistieron ayer al acto en la Plaza Antonio Maceo. Cuando el arca
con las cenizas llega hasta Raúl, sus manos ya no tiemblan. La
coloca contra su pecho, la alza hasta el orificio en el interior de
esta gran piedra y se le escapa un largo suspiro. Este momento
de la ceremonia no dura más de tres minutos, pero pesan como
horas sobre los hombros de todos los presentes. Corren lágrimas
en los rostros de los curtidos guerrilleros, de las mujeres y
hombres que están aquí. Pero no hay lamentos, ni gritos, ni gestos
que distraigan la solemnidad de estos instantes.
A lo lejos solo se escucha la marcha que viene desde la Plaza
Antonio Maceo hasta las cercanías de la necrópolis:
“Yo soy Fidel”, “Yo soy Fidel”, y ese es el único sonido que se
alternará, como un eco allá a lo lejos, durante toda la ceremonia
con el Himno Nacional, la música luctuosa, los pasos firmes de
los soldados del Departamento de Ceremonias de las Fuerzas
Armadas y las salvas de la artillería.
Después de colocar la tapa en el nicho, todo ocurre mucho más
rápido. Toque de atención. Himno Nacional. 21 salvas de cañones.
Una grabación con la voz de Fidel que nos devuelve el
concepto de Revolución. Relevo de la guardia de honor, tanto la
formada previamente ante el Mausoleo de Martí, como la que
escolta el lugar de reposo de Fidel. Los presentes, incluidos las
escoltas y los compañeros que cuidaron al líder de la Revolución
en sus últimos años, depositan rosas blancas en la base del panteón.
La fila comienza con Raúl y termina con el argentino Diego Armando
Maradona, y entre uno y otro los presidentes Nicolás Maduro –
Venezuela-, Daniel Ortega –Nicaragua-, Evo Morales –Bolivia-,
Denis Sassou-Nguesso –Congo-, Malatu Teshome –Etiopía-,
Alfred Marie-Jeanne –presidente del Consejo Regional de La
Martinica- y los ex mandatarios, Luiz Inacio Lula da Silva y
Dilma Rousseff, de Brasil.
Como se había anunciado previamente, ha sido una ceremonia
solemne y privada. Y aunque no se dijo
en la nota que anunció la despedida en Santa Ifigenia, no
sorprende que también sea profundamente conmovedora,
escoltada por sus seres y muertos queridos, sin más lujo que
el que poseen las piedras y los helechos de las montañas. A las
7:40 de la mañana salieron los últimos dolientes del cementerio
de Santiago de Cuba. Fidel descansa en paz.
Hasta siempre, Comandante.
Cementerio de Santa Ifigenia las cenizas de Fidel Castro.
Hace una mañana espléndida de domingo, inusitadamente
fresca en esta ciudad caribe, como si se hubieran confabulado
los vientos para recibir al Comandante en Jefe sobre la tierra
de Cuba.
Cuando frente al edificio administrativo de Santa Ifigenia se
detiene el armón militar que ha peregrinado con la urna de cedro
por casi toda la Isla, ya están alineados los miembros del Buró
Político, con el General de Ejército Raúl Castro Ruz a la cabeza,
en la explanada contigua frente al austero monumento donde
reposarán las cenizas. El mausoleo es una piedra pulida, igual que
las que abundan en los márgenes del Río Cauto, solo que esta es
de granito y proviene del yacimiento de Las Guásimas, al este de
Santiago de Cuba. En el corazón de la roca, hay un tajo cuadrado
donde va la urna, protegida por una placa que lleva grabado una
sola palabra: Fidel.
Hay otros detalles que conmueven de este lugar, delimitado por
helechos, palmas y las califas moradas de la Sierra Maestra, que
también acompañan el Mausoleo de los Combatientes del Segundo
Frente, donde yace Vilma Espín. A la derecha, una pared de
hormigón donde se puede leer, en letras doradas, el concepto de
Revolución que expresó Fidel el 1 de mayo de 2000 y que los
cubanos han refrendado en estos días de luto.
Fidel no está solo en Santa Ifigenia. Lo acompañan cubanos que
él adoró en vida, comenzando por José Martí, los mártires del
ataque al Cuartel Moncada y los caídos en misiones internacionalistas.
En el horizonte, las montañas de la Sierra Maestra. A unos pasos de
su tumba, Carlos Manuel de Céspedes, Mariana Grajales, 32
generales de las guerras de Independencia contra el colonialismo
español, los hermanos Frank y Josué País….
Cuando la banda de música interpreta las notas de la cantata
“Eterno Fidel”, la pequeña urna que se guardaba dentro de la caja
de cedro, llega hasta las manos de Dalia Soto del Valle, su esposa,
que es la estampa de la dignidad y el dolor. Detrás de ella está la
familia y justo frente, al otro lado del Mausoleo, más de 40 invitados
internacionales, amigos del Comandante y personalidades que
asistieron ayer al acto en la Plaza Antonio Maceo. Cuando el arca
con las cenizas llega hasta Raúl, sus manos ya no tiemblan. La
coloca contra su pecho, la alza hasta el orificio en el interior de
esta gran piedra y se le escapa un largo suspiro. Este momento
de la ceremonia no dura más de tres minutos, pero pesan como
horas sobre los hombros de todos los presentes. Corren lágrimas
en los rostros de los curtidos guerrilleros, de las mujeres y
hombres que están aquí. Pero no hay lamentos, ni gritos, ni gestos
que distraigan la solemnidad de estos instantes.
A lo lejos solo se escucha la marcha que viene desde la Plaza
Antonio Maceo hasta las cercanías de la necrópolis:
“Yo soy Fidel”, “Yo soy Fidel”, y ese es el único sonido que se
alternará, como un eco allá a lo lejos, durante toda la ceremonia
con el Himno Nacional, la música luctuosa, los pasos firmes de
los soldados del Departamento de Ceremonias de las Fuerzas
Armadas y las salvas de la artillería.
Después de colocar la tapa en el nicho, todo ocurre mucho más
rápido. Toque de atención. Himno Nacional. 21 salvas de cañones.
Una grabación con la voz de Fidel que nos devuelve el
concepto de Revolución. Relevo de la guardia de honor, tanto la
formada previamente ante el Mausoleo de Martí, como la que
escolta el lugar de reposo de Fidel. Los presentes, incluidos las
escoltas y los compañeros que cuidaron al líder de la Revolución
en sus últimos años, depositan rosas blancas en la base del panteón.
La fila comienza con Raúl y termina con el argentino Diego Armando
Maradona, y entre uno y otro los presidentes Nicolás Maduro –
Venezuela-, Daniel Ortega –Nicaragua-, Evo Morales –Bolivia-,
Denis Sassou-Nguesso –Congo-, Malatu Teshome –Etiopía-,
Alfred Marie-Jeanne –presidente del Consejo Regional de La
Martinica- y los ex mandatarios, Luiz Inacio Lula da Silva y
Dilma Rousseff, de Brasil.
Como se había anunciado previamente, ha sido una ceremonia
solemne y privada. Y aunque no se dijo
en la nota que anunció la despedida en Santa Ifigenia, no
sorprende que también sea profundamente conmovedora,
escoltada por sus seres y muertos queridos, sin más lujo que
el que poseen las piedras y los helechos de las montañas. A las
7:40 de la mañana salieron los últimos dolientes del cementerio
de Santiago de Cuba. Fidel descansa en paz.
Hasta siempre, Comandante.
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