Escrito por Anubis Galardy | |
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La Habana, 14 feb (PL) Los habaneros acuden masivamente al Parque Morro-Cabaña, fieles al llamado de la letra impresa, una tradición de nuevo cuño que, lejos de menguar, crece con los años.
El hilo conductor es el libro, levadura espiritual como lo califican algunos, generador cada febrero de interminables romerías cuando la feria que lo enaltece, con la capital cubana como punto de arranque y salida, esparce por el país cifras millonarias de ejemplares Este año son seis millones de volúmenes, 800 títulos y más de 200 novedades circulando hasta principios de marzo, en un caudal codiciable; 130 casas impresoras entre nacionales y extranjeras en diálogo de tu a tu con el público. La presente edición abrió sus brazos a las culturas de ese Caribe tan cercano y a la vez tan distante -pura paradoja-, esa patria común de profundo mestizaje a la cual los colonizadores impusieron su lengua despojándola de uno de sus signos de identidad mayores, su propio lenguaje. El Caribe en su cercanía, uno y diverso, desde una isla anclada en el Caribe mismo, una cercanía entrañable, cálida, para anudar lazos, estrechar manos y borrar lejanías. Cada febrero La Habana deviene una ciudad sitiada por los libros, con la otrora fortaleza militar Morro-Cabaña -reino principal de la feria-, sometida a un asedio de distinta índole, el de una multitud cautivada por la letra impresa con los niños como protagonistas señeros. Una nueva generación que incorpora desde edad temprana el libro, haciendolo suyo, tornándolo amigo inseparable. El hábito de la lectura fructificando por sí solo, más allá de campañas para estimularlo. Considerada un acontecimiento trascendente, la feria cubana lo es porque alcanza una continuidad imprevisible, no mediata sino colocada en el horizonte de generaciones, afirmó el escritor Reynaldo González en su discurso de agradecimiento durante la 19 edición, que le rindió honores. En medio de la crisis económica, cuyas pulsaciones e extienden por las cuatro esquinas del mundo, mantener una feria de esta naturaleza implica para la isla un desafío al que no renuncia. La preside un aire de fiesta, de disfrute del intelecto, al que contribuyen los foros teóricos paralelos. En ellos se debaten los temas acuciantes en un siglo repleto de crisis ecológicas y económicas, de guerras rapaces por el dominio de los recursos naturales -el petrólero en primer término-, de desasosiegos e ira de las clases populares que recorre en ola indetenible el orbe. Como una necesidad cada vez más vital, el libro no cede sus dominios ante los avances tecnológicos. Jamás la lágrima de un lector conmovido podrá humedecer una página de internet, señaló una vez el fallecido Premio Nobel de Literatura José Saramago, reivindicándolo. Qué será del libro, qué se va decir de pensante en las próximas décadas cuando el pantallazo informático lo haya consumado todo, alertó poco antes de morir el poeta chileno Gonzalo Rojas, tras recomendar recurriendo a una metáfora: Lean, sigan leyendo hasta el amanecer. La lectura es un acto solitario, un circuito cerrado en el que comulgan la mirada, las manos, los dedos en cuyas yemas -antenas vibratiles- viajan los registros del cerebro, las sensaciones, percepciones y emociones, el fluido mágico que va de los ojos a la letra impresa. "Es como un sexto sentido. Si el hombre no hubiera inventado esos signos, se hubiera perdido la memoria cabal del pasado, su ciencia reciente, toda su poesía. La civilización retrocedería siglos. Nuestros puentes serían más frágiles, nuestros techos más embestidos por los vientos", definió con centelleante lucidez Fina García Marruz, una de ls poetas mayores en lengua hispana. Luego citó el pasaje de Don Quijote, cuando el ama y sobrina -pensando sin duda que le hacian un bien- deciden quemarle a Alonso Quijano todos sus libros al creerlos culpables de su locura. "El caballero no ve los estantes vacíos, palpa las paredes como un ciego y enmudece, subraya la escritora, porque lo que le habían quitado no solo era el mundo de la imaginación, sino todo lo que no podía verse con los ojos y que él necesitaba para ser". Por momentos, el Parque Morro-Cabaña semeja esa biblioteca infinita -sinónimo del paraíso- que anhelaba el argentino Jorge Luis Borges, una biblioteca posible gracias al nacimiento de la galaxia Guttenberg. En La Habana los libros despliegan todo su poder, lanzan señales, mandan. |
14 de febrero de 2012
Feria editorial cubana, los libros mandan
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