8 de enero de 2012

Dr. Ángel Paredes: “Dejamos nuestra piel en el salón de operaciones”

Satisfecho, Paredes sigue trabajando por lograr  mil 200 operaciones al año.

Satisfecho, Paredes sigue trabajando por lograr mil 200 operaciones al año.

Fotos Claudia Paredes Placencia

Con la audacia propia de la necesidad Ángel Manuel Paredes Cordero maneja desde hace 15 años un Studebaker, de 1955 (reconocido popularmente como Studesgracia). En ese cacharro, el cirujano cardiovascular valorado como uno de los mejores, sino el mejor, en la actualidad en Cuba, transitó de Alamar al Instituto de cardiología y cirugía cardiovascular, ICCCV, a cualquier hora del día o la noche.

Cuando vivió en Infanta y Manglar muchas veces fue a pie para ver un paciente complicado. El jefe del Departamento de cirugía cardiovascular del ICCCV, Profesor e Investigador Auxiliar, Miembro directivo de la Sociedad cubana de cardiología y Jefe del Grupo nacional de cirugía Cardiovascular, ha devenido un mecánico capaz para no quedarse votado en la calle.

Ese mismo hombre, un guajiro natural, como a veces jocosamente se nombra, todos los años realiza una estadía de intercambio profesional en el Hospital Europeo Georges Pompidou en París, Francia. En la ciudad luz representa a Cuba como en otros congresos que asiste para intercambiar con renombrados especialistas del mundo en su área médica.

¿Cómo fue su niñez? ¿Qué recuerda con más nitidez?

Nací el primero de marzo de 1958, en un pequeño pueblo de campo, conocido como Puerta de Golpe, en la provincia de Pinar del Rio. Fui el primogénito de una pareja joven, mi padre tenía 21 años de edad, trabajaba en el departamento económico de la fábrica de refresco La Jupiña, en Pinar del Rio y mi madre con 16 años, ama de casa. Según cuenta mi mamá, mi nacimiento fue muy traumático para ella: en casa asistido por el médico del pueblo que necesitó utilizar fórceps, instrumentos que fueron “esterilizados” en agua hirviendo, !qué comienzo en la vida de un futuro cirujano cardiovascular !-.

Mi infancia más temprana la compartía con mis padres y con mis abuelos paternos que vivían en la casa contigua, hasta aproximadamente los cinco años de edad que coincidiendo con el nacimiento de mi hermano Alexis, me fui a vivir con mis abuelos, a los que asumí también como padres. En realidad fui afortunado porque a pesar de criarme con mis abuelos que se desvivían por mí, nunca me faltó el cariño, el amor y el desvelo de mis padres, sobre todo de mi madre.

Tuve una infancia normal, compartía con mi hermano, mis primos y amigos del barrio, era un fanático a la pesca y a la práctica del beisbol, por cierto muy bueno en la defensa, pero bateaba muy poco. Inquieto, inventor, soñador.

Mi hermana Yaquelín, nació cuando ya era un adolescente. Con mis dos hermanos siempre he tenido excelentes relaciones, los respeto y quiero muchísimo, probablemente más de lo que imaginan. A pesar de la distancia, nos comunicamos con frecuencia y nos vemos cuando le es posible visitar Cuba, al igual que mi querida madre Martha.

De mi infancia tengo muchos recuerdos, te contaré uno que quizás definió mi futuro profesional, pero que me desagradaba. Cuando alguien enfermaba en casa, a mi me correspondía levantarme temprano y vigilar la llegada del médico al pueblo, el Dr. Pozo, que venía en un Impala azul del año 60. Eran largas horas de espera y cuando lo divisaba, este, con frecuencia se detenía antes, a visitar a otros vecinos que le reclamaban, ¿podrás imaginar lo impaciente que me ponía?, hasta que finalmente aquel médico negro, alto, muy amable y competente para la época llegaba a casa con su clásico maletín lleno de medicamentos y jeringuillas, acto que significaba mi libertad.

Debo confesarte que cuando enfermaba por malestares de estómago prefería ser asistido por la negra Josefa una vecina cercana que “curaba” pasando la mano por el abdomen con manteca caliente y mandando cocimientos de hiervas, que ser visto por aquel médico de la familia que posteriormente fue mi colega y amigo.

-¿Por qué se hizo médico? ¿Y cirujano?

Con mis abuelos paternos, establecí una relación muy especial, fundamentalmente con mi abuelo Félix, trabajador de comercio. Había pasado mucho trabajo desde su niñez, marcado por la pérdida temprana de su madre y la necesidad de criar junto a mi abuela a seis hijos en la etapa prerrevolucionaria. Lo admiraba y respetaba muchísimo. Él influyó mucho en mi decisión de hacerme médico. Desde mis estudios primarios le comentaban que yo aprendía con facilidad, para la época los médicos eran muy bien remunerados y quizás pensó que yo podía ser la carta de triunfo de la familia que, aunque económicamente no vivía mal, sin dudas mejoraría con el salario de un médico.

No he logrado identificar lo que determinó que fuera cirujano, pero siempre tuve una idea fija “si logro ser médico, seré cirujano”. Desde el primer año de la carrera de medicina en la facultad Victoria de Girón, en la Habana, mientras mis compañeros empleaban el tiempo libre en descansar yo pasaba largas horas disecando piezas en los laboratorios de anatomía humana, bisturí, tijera y pinza de disección en mano. Ser cirujano era una verdadera obsesión.

-¿Dónde estudió? ¿Podría nombrarme algún o algunos profesores que nunca olvidará?

Los dos primeros años de la carrera los hice en la facultad de medicina Victoria de Girón, allí tuve excelentes profesores, muy respetados unos y muy temidos otros por su exigencia e intransigencia, un claustro muy profesional de los que recuerdo entre otros a Washington Russell, Ivo Pérez, Alonso y Elsa Pradera entre otros buenos especialistas. Los años del tercero al quinto los hice en el único Hospital Clínico Quirúrgico que había en Pinar, el León Cuervo Rubio y el sexto lo cursé como internado rotatorio municipal en el Hospital de San Cristóbal. Tanto en el área clínica como quirúrgica, conocí a magníficos profesores. Son muchos los que no podré olvidar por su dedicación y entrega, no los menciono por temor a omisiones involuntarias.

-¿Cuándo operó un paciente por primera vez? ¿Qué sintió en ese instante?

El entrenamiento y aprendizaje quirúrgico es paulatino y progresivo, de forma tal, que empiezas ayudando, conociendo los pasos de la operación, la anatomía de la región y cuando demuestras conocimientos, destreza y habilidades los profesores comienzan por permitirte hacer algunos pasos de la intervención y cada vez más, hasta que logras de forma guiada realizarla completamente, como nosotros decimos, de piel a piel. Desde el tercer año de la carrera comencé a hacer guardias de cirugía voluntarias, vinculándome con un equipo de excelentes profesores que me fueron guiando, las primeras cirugías menores las hice en quinto y sexto años de la carrera. Después de graduado y como residente de cirugía general empecé a operar mis primeros pacientes. En el instante que uno se inicia asumiendo el rol de cirujano se mezclan muchos sentimientos -responsabilidad, dudas de competencia, satisfacción, de confianza depositada por los profesores- que son difíciles de describir.

-¿Cómo llega a la cardiocirugía? Y de paso ¿entonces es que se muda para La Habana?

En el año 1984 por indicación del Ministerio de Salud Pública se realizó un concurso nacional con el fin de captar residentes o especialistas jóvenes de cirugía general para hacer la residencia de cirugía cardiovascular, teniendo en cuenta que la edad promedio de los cirujanos cardiovasculares entonces era muy alta y se hacía necesario asegurar el relevo. En realidad nunca antes había pensado ser cirujano cardíaco, vivía fuera de la capital, ¿cómo matricular?, la única motivación que tenía era el recuerdo de la auscultación que un día estando en cuarto o quinto año de la carrera, le hice a un compañero de estudios secundarios, Juan Pérez, piloto de aviación, al que el profesor Noel González le había sustituido dos válvulas cardíacas por lesiones reumáticas. Ese sonido metálico del funcionamiento de las válvulas me impresionó tremendamente.

En Pinar fui seleccionado como candidato y tuve la suerte de ser incluido dentro del grupo de los 16 residentes en la especialidad. Evidentemente, esto motivó que viniera a vivir a la Habana, en un apartamento que nos habilitó el estado en Alamar.

-¿Qué significa para Usted el Instituto de cardiología y cirugía cardiovascular?

El 18 de noviembre de 1985 me presenté por vez primera en el instituto como residente y de él no he salido. Llevo un cuarto de siglo laborando en sus instalaciones, lo siento como mi segunda casa. Los conocimientos y habilidades quirúrgicas adquiridas en mi provincia de origen se ampliaron y polarizaron hacia el corazón y los grandes vasos. Tuve la gran suerte de ser discípulo de magníficos y prestigiosos profesores como, Jaime Graña, Canello, Florencio Gamio, Ada Kouri, Mireya Amoedo, los hermanos Roberto y Lorenzo Llerena, Dorticós, Dorantes, Bueno, Zayas, Rucabado, Rivas, Barrera, en la parte clínica y en la parte quirúrgica Taín, Rodiles, Carballido, Milvio, Horacio, Arango, Sainz, Santos, Vicente Denis, Quintero y muchos más. Toda mi formación básica ha sido en ese centro.

-¿Recuerda aún la sensación de tener por primera vez un corazón palpitando entre sus manos? ¿Cómo y dónde fue?

Eso se recuerda como la primera novia. Fue en el año 1987. Retengo nombre y dos apellidos del paciente, me los reservo por respeto. En mi mente aún conservo la expresión de los padres al verme tan joven, cuando me entregaron a su hijo de 8 meses. Para satisfacción de todos la operación fue un éxito, ¿imaginas?, la primera y bien, un recuerdo fantástico.

-¿Qué experimenta un cirujano cardiovascular cuando después de realizar una intervención quirúrgica exitosa el paciente muere?

El éxito de una operación de corazón depende de muchos factores, desde la selección del paciente, su estado clínico, las enfermedades asociadas, la realización de una operación técnicamente correcta, la conducción transoperatoria, la reanimación y su recuperación. En todo el proceso intervienen un número importante de profesionales.

Sin dudas cuando se pierde un enfermo después de un esfuerzo por devolverle la salud, el sentimiento de angustia es indescriptible, rebasa los límites del hospital, quita el apetito, deprime, aplana afectivamente y con frecuencia se padece durante varios días e incluso, créeme, en ocasiones semanas. No puedes imaginar lo que te cuento.

-Usted ha hecho prácticamente la carrera de cardiología ¿por qué?

La formación como cirujano cardiovascular exige conocimientos de cardiología clínica. Durante el programa de formación el tercer año, de los seis exigidos, es para rotar por los distintos servicios de cardiología. Desde mi iniciación comprendí que el conocimiento teórico de la especialidad es fundamental para adoptar las mejores decisiones ante los enfermos. Desde entonces empecé a exigirme y te confieso mientras más estudias y revisas, más necesidad de estudio se genera. Nuestra especialidad avanza aparejado al desarrollo de la tecnología, aparecen nuevas opciones de tratamiento, nuevos conceptos, nuevos enfoques, inmensa cantidad de información teórica. Además como bien sabes, porque eres una valiosa colaboradora, me desempeño como editor principal de la página Web de Cirugía Cardiovascular, que exige estudio para mantener el sitio lo más actualizado posible. En nuestra profesión no se termina nunca de aprender.

-Los salones de cirugía del ICCCV sufrieron una reparación capital ¿puede realizar una comparación a partir de los resultados entre los equipos de ahora y los de hace seis años?

Debo confesarte que la ampliación del Instituto fue capital y fabulosa. Es un centro que lo merecía, por la tradición de trabajo de sus excelentes profesionales y sobre todo por los cientos de pacientes, nacionales y extranjeros que allí se atienden. Tuvimos la oportunidad de formar parte del grupo de compañeros que describieron las características deseadas de la futura unidad quirúrgica y su sala de cuidados intensivos postquirúrgicos. Cada detalle tuvo en cuenta los requerimientos internacionales, y esos conceptos fueron excelentemente interpretados y diseñados por los especialistas encargados de realizar los proyectos, que exigieron su cumplimiento con rigor en cada paso de la ejecución de tan compleja obra. Te aseguro con satisfacción que desde el punto de vista civil y estético cumple con los estándares internacionales, los salones están dotados con el equipamiento esencial, disponemos sin dudas de un excelente escenario que nada tiene que envidiarle a los quirófanos foráneos y nada que ver con los que teníamos en el pasado; son salones de lujo.

-Una persona que lo admira mucho me dijo es “implacable” ¿es cierto? ¿Contra qué?

Desde el año 1995 me desempeño como jefe de servicio de cirugía del Instituto, supondrás que es una gran responsabilidad. Alrededor de los que tenemos que tomar decisiones se fabula mucho, en realidad me considero una persona normal, de fácil de acceso, comunicativa. Cuando los enfermos se acercan a nosotros buscando salud, se entregan psicológica y físicamente; es la situación más indefensa de un ser humano. Estamos en la obligación de velar por su salud, tenemos que actuar con seriedad, respeto, profesionalidad, delicadeza, debemos hacer el máximo de nuestros esfuerzos, dejar nuestra piel en el salón si fuera necesario para devolverle la salud a ese enfermo. Realmente soy implacable con el que no cumpla con esos principios, con los chapuceros, con los insensibles, con los superficiales.

-¿Cómo se puede llevar una vida profesional tan intensa, con tanta pasión y responsabilidad, junto a la vida social y familiar?

Para llegar hasta aquí he hecho grandes esfuerzos y sacrificios, mi formación como cirujano y el trabajo diario me consumen mucho tiempo, si no la mayoría. De verdad ha sido posible por la ayuda y comprensión de mi familia y de forma especial de mi esposa, médica anestesióloga, con la que tengo una relación estable que ya suma 38 años, y de dos hijos maravillosos, el mayor Ingeniero en Telecomunicaciones y la niña estudiante de cuarto año de Ciencias de la Computación (Cibernética). Ellos me apoyan, alientan y son el mayor estímulo por el cual luchar. Sin dudas el tesoro más preciado… la estabilidad.

-Además de equipos adecuados ¿que necesita un cirujano cardiovascular para realizar una operación exitosa?

Conocimientos, seriedad, profesionalidad, entrega y sobre todo entender que el resultado depende del trabajo en equipo formado por anestesiólogos, perfusionistas, cardiólogos, enfermeras, técnicos, que deben funcionar en perfecta armonía. Es una labor que genera mucha tensión, que consume largas y agotadoras horas en el salón, que solo se ve recompensada con la sonrisa de los familiares y del paciente cuando logramos el éxito, en realidad trabajamos por una sonrisa.

-Al cabo de poco más de un año de reabiertos los salones quirúrgicos ¿Cuál es el saldo?

Durante esta primera etapa hemos estado operando en solo dos de los cuatro salones, en ellos se han realizado más de 400 intervenciones, con resultados muy estimulantes. En el próximo año aspiramos poder abrir los restantes salones para incrementar el volumen quirúrgico y así mejorar la satisfacción de la población quirúrgica cardiovascular.

-Cuénteme al menos un sueño por realizar dentro de su profesión…o fuera de ella.

En el plano profesional nos queda mucho por aprender y hacer, pero sin dudas mi mayor anhelo es lograr explotar al máximo las capacidades instaladas en nuestra institución para poder realizar 1200 operaciones anuales.

El Instituto de Cardiología y Cirugía cardiovascular de La Habana. Sin dudas una institución del primer mundo

El Instituto de Cardiología y Cirugía cardiovascular de La Habana

Paredes, con su equipo, restaura un corazón

Paredes, con su equipo, restaura un corazón

“Debemos hacer el máximo de nuestros esfuerzos, dejar nuestra piel en el salón si fuera necesario para devolverle la salud a ese enfermo”, afirma Paredes.

“Debemos hacer el máximo de nuestros esfuerzos, dejar nuestra piel en el salón si fuera necesario para devolverle la salud a ese enfermo”, afirma Paredes.


Versión para Imprimir

No hay comentarios:

Publicar un comentario