27 de noviembre de 2011

Obama Imperator

No sabe todavía si volverá a ser presidente de su país, lo que no le quita ganas de aspirar al cargo de emperador del mundo. Durante su reciente gira asiática, Obama anunció en Canberra la llegada de 2500 marines que se estacionarán en una base australiana y declaró que “EE.UU. está aquí para quedarse” (www.abc.net.au, 17-11-11). Disipa cualquier duda acerca del sentido de la medida y de la frase, la que pronunciara en la reunión cumbre del Foro de Cooperación Económica Asia-Pacífico (CEAP) realizada en Honolulu: advirtió a China que “debe respetar las reglas” (www.washingtonpost.com, 12-11-11). ¿Cuáles reglas? Las que Washington dicta, desde luego.

Obama subrayó que EE.UU. se propone ampliar su papel en la región. Así como es casi Europa gracias a la OTAN, la Casa Blanca ahora proclama que pertenece al Pacífico y que, en consecuencia, le son propios todos los asuntos y problemas de los países que ese océano baña. El mensaje dirigido a Pekín es claro: China debe olvidar que las cuestiones de naturaleza regional con sus vecinos se arreglen mediante negociaciones bilaterales. EE.UU. llegó para quedarse. Con el mismo argumento, China podrá esgrimir la pretensión de inmiscuirse en los problemas de todos los países que el Pacífico toca del lado de enfrente, EE.UU. incluido.

Hay situaciones conflictivas en la región: China reclama su soberanía sobre Taiwán, China y Taiwán demandan por separado el dominio de las islas Senkaku de Japón, pero la más irritada es la que gira en torno de las islas del Mar de la China Meridional, en particular las de Paracelso y Spratly, tradicionalmente de pertenencia china. Filipina, Taiwán, Malasia, Brunei, Indonesia y Vietnam exigen a Pekín sectores de la zona, y esto se debate en el seno de la Asociación de Naciones del Sureste Asiático (Asean, por sus siglas en inglés), su marco natural.

Obama insistió en que el tema se instalara en la reunión cumbre del CEAP y le fue mal. El ministro de Relaciones Exteriores de Indonesia, Marty Natalegawa, señaló -a pesar de la posición demandante de su país en la materia- que la Asean había establecido lineamientos para un código de conducta marítima en la región que China había firmado a comienzos de este año. Y le marcó un parte aguas al mandatario estadounidense: “La Asean cuenta ahora con un panorama y un enfoque meridianos. Los países de la Asean no van a permitir que la región del sudeste asiático se convierta en una arena de competición para países que se consideran a sí mismos grandes potencias, cualesquiera fueren y cuando se les ocurriere. Nos proponemos establecer un código de conducta claro (para el Mar de la China Meridional) a fin de que las preocupaciones de los países que no pertenecen al sudeste asiático se reflejen en función de los intereses nacionales de los países de la Asean”. (//articles.economictimes.indiatimes.com, 16-11-11). Conceptos netos, muy netos.

Cabría pensar que, después del Medio Oriente, le tocaba el turno al Lejano para extender la guerra, pero hay algo más que casa perfectamente con la voluntad imperial de Washington, que acompañan socios como el sultán de Brunei: el petróleo y el gas natural que se han descubierto ya en esas aguas (www.globalsecurity.org, 7-11-11). Según estimaciones recientes, entre lo encontrado y lo por encontrar, esas reservas irían de los 28.000 millones a los 213.000 millones de barriles. Si se toma en consideración que, según la Agencia Internacional de Energía de la OCDE, el consumo mundial de oro negro alcanzará este año unos 90 millones de barriles diarios, es decir, alrededor de 32.850 millones en el 2011, se advierte que bajo ese mar hay petróleo para rato. Y Washington y la Exxon, entre otras, piensan que no tiene por qué ser de Pekín.

La técnica de desestabilización que EE.UU. suele aplicar, en este caso sería un arma de dos filos. China es casi el único cliente de los bonos del Tesoro, es decir, de la deuda estadounidense que hoy se eleva a 15 billones de dólares. ¿Y si Pekín dejara de comprarla y se perdiera la confianza en el dólar? Para el economista Richard Maybury, la desconfianza en el billete verde conduciría a su venta indiscriminada en todo el mundo, caería su valor de cambio, produciría una brutal inflación en EE.UU. y desembocaría en un caos económico generalizado (//webcache.googleusercontente.com, 8-9-11) que también perjudicaría a China. Sería un fenómeno de mutua destrucción.

Algunos funcionarios y políticos demócratas preconizan la guerra comercial contra el país asiático, distraídos como están de la fuerza del nacionalismo chino que hasta la conducción del partido comunista teme. El Instituto Sipri de Estocolmo lo registró en un informe: “El sentimiento nacionalista generalizado, así como la crítica a los dirigentes chinos por ceder a las exigencias internacionales, se manifiesta de manera incesante en Internet. La mayoría de las decisiones en política exterior se adoptan con poco miramiento a la opinión pública y los funcionarios chinos son conscientes de que esa insatisfacción aumentaría el cuestionamiento a la capacidad de gobernar del partido. Lo cual puede cohibir la acción de los dirigentes en las crisis internacionales, particularmente si EE.UU. o Japón están involucrados” (//books.sipri.org, septiembre 2010). Si Pekín acepta las demandas de EE.UU. respecto del Mar de la China Meridional, sobrevendría una repercusión interna capaz de crearle una grave inestabilidad. Si no las acepta, EE.UU. padecería las represalias mencionadas. Para EE.UU. y China, la calle de impedirse la mutua destrucción tiene dos sentidos.

(Tomado de Página 12, Argentina)

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