Pedroso, nuestro salvador (+ Video)
En una noche donde lo imprevisible saltó al terreno de pelota, Estados Unidos -que llegaba de capa caída a la ronda decisiva de la Copa- le plantó cara al invicto conjunto cubano, y Urquiola debió recurrir tempranamente al mejor pitcher del país, Yadier Pedroso, para garantizar un triunfo agónico.
Imprevisible, digo, y me sobran razones para calificar así lo sucedido. Primero, porque era difícil de esperar que a un pitcheo que se había comportado a las mil maravillas, le bateara con tanta soltura un line up que apenas promedió .269 en las preliminares del evento.
Segundo, porque la defensiva insular -brillante hasta ese entonces- enseñó alguna que otra flaqueza, y aun abrió puertas y ventanas a una importante carrera en el octavo, cuando Alfredo Despaigne se enredó con la Mizuno en las profundidades de la pradera izquierda.
Tercero, porque pocos -muy pocos- podían augurar que Norberto González, preterido a lo largo de la clasificatoria, asumiera la misión de relevista principal ante un elenco que, ya lo decían las estadísticas, conectaba sin complicaciones ante serpentineros zurdos.
Lo que sí respondía a las predicciones era que Pedroso nos sacara las castañas del fuego. El diestro de Artemisa entró “de madrugada” en el partido -¿quién ha visto cerradores que trabajan un tercio de juego?-, y a puro tenedor apagó el brío ofensivo de los norteamericanos.
El hijo de José Manuel fue especialmente implacable con la tanda fuerte del técnico Ernie Young, e hizo lucir como muchachos indefensos a atletas cujeados en la Triple A profesional como Joe Thurston, Matt Clark y Brett Carroll. Se aburrió de ponchar, tuvo flema de inglés, control de artista del montículo, y salvó un desafío que había tomado un feo rumbo a partir de la explosión de Freddy Asiel.
El villaclareño salió mermado de velocidad, y sus envíos llegaron con demasiada frecuencia a la altura de las letras. Por ende, los estadounidenses no lo perdonaron: tan duro le dieron, que la prematura ventaja criolla de tres anotaciones se esfumó en un santiamén.
Por fortuna, este equipo cubano no tiende a achicarse, y enseguida volvió a emprenderla con el abridor Jeff Márquez, mantenido en el box con terquedad inusitada. Despaigne, que tenía una cita pendiente con el cuadrangular, despachó una pelota que puso en cabeza a los criollos otra vez, y el rally no encontró final hasta que el marcador se puso 7-4.
Sin embargo, la historia todavía no estaba escrita. A fin de cuentas, ni Norberto ni su sustituto Vicyohandri Odelín rindieron los dividendos necesarios, y Estados Unidos volvió a cerrar el score. Un score que sus hombres no desnivelaron, lo creo firmemente, gracias a ese Yadier Pedroso al que, ojalá, le concedan el puesto que merece en la rotación abridora de la escuadra.
Una vez más, las palmas para los desafueros atacantes de Abreu y Castillo, de Cepeda y -ay de sus detractores- de un Yulieski Gourriel que sonó tres sencillos, además de probar nuevamente sus virtudes para desempeñarse en la intermedia y desandar el circuito con velocidad de sprinter.
(Cuando más falta hacía, pues Cuba ganaba por solo una carrera, se apuntó un hit de piernas y después anotó a todo tren con un doble de José Dariel. Será un defecto mío, pero yo suelo ponderar sobremanera a los peloteros rápidos).
De manera que el susto quedó apenas en eso. Ahora, con cuatro victorias en el expediente, Cuba “ha comprado” ya medio boleto para la finalísima. No obstante, aunque sea por pura y elemental superstición, más vale que no nos pongamos a lanzar campanas al vuelo.
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