Hay un paso de la competencia a lo creíble. Un paso de incredulidad, cercano
a lo inconsciente, donde el atleta todavía no entiende qué hace ahí, trepado
encima del podio, solo Dios por encima de su cabeza.
Las cosas empiezan a perder definición: el himno, la bandera, esos símbolos
que en horas puntuales adquieren una trascendencia extrema. Morder la medalla
es un gesto poético. El gesto de agarrar con uñas y -literalmente- con dientes.
Veamos el rostro de Pupo. Es un rostro sin edad, inocente. Ha tomado su presa,
incluso con algo de ternura, y han forjado una alianza definitiva. Su rostro no
expresa euforia, sino algo más difícil. Expresa paz.
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