Escrito por Texto y fotos: M.Sc. Miguel A. Gaínza Chacón
Y luego cuando el Moncada, en julio de 1953, y el Palacio de Justicia. Después cuando entró triunfante nuevamente al Moncada, con el Ejército Rebelde a las puertas de Santiago, y más tarde, en el balcón del Ayuntamiento, junto a Fidel, la noche madrugada del 1. de enero luminoso.
Y ahora, desde enero de 1959, en que nunca ha estado ausente de esta ciudad que tanto lo quiere y lo admira, y donde tantos vienen "a oxigenarse" de un pueblo fiel, laborioso, alegre, e infinitamente revolucionario. Por todo lo precedente yo también esperé junto a mi pueblo, aunque la recompensa para mí fue doble: por santiaguero y por periodista.
Más de media hora después de finalizado el acto nacional por el Día de los Mártires de la Revolución y el aniversario 55 del asesinato del joven revolucionario Frank País en el Callejón del Muro, la inmensa mayoría de los asistentes del pueblo había salido del entorno de la necrópolis de Santa Ifigenia.
Pero otro grupo muy reducido de hombres y mujeres santiagueros permaneció estoicamente junto a las bardas de madera y aunque nadie lo había dicho, todos esperábamos para al menos a cierta distancia, saludar a Raúl.
Mas el Presidente de los Consejos de Estado y de Ministros de Cuba, el General de Ejército, el jefe del grupo que tomó el Palacio de Justica el 26 de julio de 1953; el Jefe del II Frente Oriental Frank País, el admirador confeso de esta ciudad no saludó a distancia a su pueblo sino que vino hasta este a apretarse ambos las manos y decirse cosas bellas.
Lo recibió un sonoro ¡Raúl, seguro, a los yanquis dale duro! Y alguien le preguntó: ¿Cómo se siente ahora, Presidente?
"Muy bien. Caramba, ¿cómo estás?".
Otros, especialmente las santiagueras, le dijeron: "Pa'lante Raúl, pa'lante, que aquí está tu pueblo. ¡Viva, Raúl en Cuba!
En el breve encuentro, una mujer llenó a todos de emoción, cuando casi familiarmente le expresó:
"¡Raúl, saluda a Fidel. Firme ahí, Raúl."
El Presidente saludó efusivamente a buena parte de quienes esperábamos, siempre con un apretón de manos y una sonrisa. Y con su voz firme de General, y quizás con deseos de permanecer más tiempo allí, se despidió como solo él sabe hacerlo:
"Hasta la próxima. Un beso para todas las santiagueras."
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