Muchacho hasta cierto punto tímido, hasta cierto punto inocente, pero definitivamente guapo. Se ha lanzado a la piscina londinense, se ha batido con verdaderos leviatanes y lo mejor es que su faena aún no termina. Acaba de vencer la semifinal con el tercer mejor crono, un impresionante 48.04 segundos en cien metros libres que, de golpe, clasifica como record nacional y lo sitúa en la última prueba con posibilidades más que reales.
Verdadero carácter de un hombre que arranca medio soñoliento, pero que en los últimos veinte o treinta metros aparta las aguas y, bíblicamente, camina sobre ellas. Ingrávido, seguro hasta la inconsciencia, parece fabricado con la materia de una raza extinta.
Luego Hanser emerge -recordemos que nada por el carril ocho, y por el carril ocho una transita solo- y busca la pizarra y se sube los espejuelos y alza el brazo o golpea el agua. Hace, en suma, una de esas cosas con que los grandes festejan y expulsan los demonios.
No sabemos, ahora, qué estará pensando. No sabemos cómo se verá a sí mismo o si piensa en Cuba o en su familia o en alguna cábala que el resto de los mortales desconoce. Por lo pronto, se ha vuelto centro de un país.
Mañana primero de agosto, a las tres y diez de la tarde, Hanser García volverá a las cámaras y a la competencia, pero ya, sinceramente, para medir su estirpe, poco importa lo que haga. Con el mar picando en sus espaldas, ha nadado más abajo y ha conocido -lo dice un viejo poema- el peso de una isla.
El peso de una isla en el amor de un pueblo.
(Tomado de Cubadebate)
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