31 de diciembre de 2011

Antonio Gómez, camarógrafo cubano: Ven, vamos a brindar con Fidel

El Loquillo mientras es entrevistado para Cubasí por Vladia Rubio Foto: Marcelino Vázquez

"El Loquillo" mientras es entrevistado para Cubasí por Vladia Rubio Foto: Marcelino Vázquez

Justo porque cuando den las 12:00 de la noche y se abra paso el nuevo año, muchos de los habitantes de esta Isla pensarán en Cuba e, inevitablemente, también en Fidel, es esta entrevista a quien ha tenido el singular privilegio de acompañar a esa histórica figura por tierra, aire y mar, en muchos de los trascendentales acontecimientos que protagonizara.

Pero cuando el 8 de enero de 1959, aquel vendedor de periódicos, un flaco adolescente, se quedó con la vista fija en el hombre de verde olivo que desde la caravana saludaba a todos, no podía imaginar que, años después, una parte importante de su trabajo estaría tan estrechamente enlazada a esa gran personalidad del siglo XX.

Antonio Gómez Delgado era entonces solo un chiquillo de 14 años, y junto a la enorme impresión que le causara ver tan de cerca al líder triunfante, allá en la Virgen del Camino, recuerda ahora vívidamente cómo su madre, muy pobre, lo abrazaba llorando y le repetía “nos salvamos mi’jo”, “nos salvamos”.

Tampoco entonces tenía razones para suponer que con el pasar del tiempo nadie lo identificaría por Antonio, y ni el mismo respondería a veces por tal apelativo, porque para todos habría de convertirse en “El Loquillo”. Fue quizás después de la década del 60 cuando se ganó el apodo, porque en 1962 traspuso por primera vez el umbral del hoy Instituto Cubano de Radio y Televisión; cuatro años después sus hombros conocían del peso de una cámara, y ya en 1970 trabajaba para el NTV, “a partir de ahí me cambió la vida, y ha sido una de las mejores cosas que me ha pasado.

“En realidad, yo he sido siempre muy activo, por eso me llaman así; pero es que mi trabajo me estimula, me anima mucho; siento lo que hago tan lindo, tan útil; y me ha dado la posibilidad de conocer tantas cosas que yo nunca imaginé, lo mismo en lo político, en el deporte… en todo yo he estado.”

Con una modestia que conmueve, siempre mencionando a otros antes que a él mismo, El Loqui, como también le llaman, reconoce que ha tenido la oportunidad inigualable de permanecer cerca de Fidel en incontables e históricas oportunidades. Evoca las Cumbres, las visitas a países, sobre todo de Latinoamérica, pero no dice que, junto al líder, y sin dudarlo, ha compartido también la posibilidad de ser víctima de alguno de los cientos de atentados fraguados en su contra. Al mucho insistirle, menciona entre tales ocasiones aquella del año 2000, cuando Luís Posada Carriles pretendió con un explosivo de alto calibre hacer volar el paraninfo de la Universidad Nacional de Panamá, donde Fidel se dirigía al auditorio. El cámara se encontraba a solo metros del orador.

Al preguntarle cuál es la imagen que evocará de ese gran hombre cuando comiencen los abrazos por el nuevo año, el experimentado camarógrafo detiene en los míos sus ojos verdísimos que tanto han visto y recogido para la historia de Cuba, y responde convencido: “La del hombre más humano que he conocido, la de uno de los hombres más grandes que ha dado la humanidad”.

Le pido anécdotas, algunas de esas vivencias que lo hacen un cubano excepcional, y comparte su recuerdo de la ocasión en que Fidel hizo su entrada a un teatro en Ecuador donde se reunían numerosas personalidades. “Cuando apareció, yo me puse a filmar y a filmar, era inmensa la ovación, todo el mundo de pie, y hubo un momento en que, mientras grababa, caí tan cerca de él que no pude contenerme y le dije ‘Fidel, qué grande es usted’.

El Loquillo, que ha sido además corresponsal de guerra en Nicaragua, en Panamá, y tuvo la oportunidad de filmar las negociaciones cuatripartitas para la paz en Angola, pone énfasis especial en una cobertura periodística.

“Fue en Hiroshima, en el 2003. Él escribió algo en el libro del Museo Monumentario Funerario dedicado a las víctimas de la bomba atómica, y todo el mundo permaneció en silencio; entonces yo le pedí ‘Comandante, ¿usted me puede leer lo que escribió?’. Me miró así, y me dijo: ‘Sí, fui muy sencillo, dice: Que jamás vuelva a ocurrir semejante barbarie’. Fíjate qué cosa.”

Mi interlocutor, que usualmente no es muy locuaz, se asombra de cuánto está hablando y casi se justifica, “¡Es que Fidel es tan grande, y yo quisiera decir tantas cosas de él…!” Y dice más, cuenta de lo gentil que ha sido siempre el Comandante con su equipo, “es muy cariñoso, siempre nos pone la mano en el hombro, nos estimula, nos comenta cuánto estamos trabajando.”

Este camarógrafo de 66 años asegura emocionarse como en la primera ocasión cada vez que ha tenido que reportar acontecimientos donde ha estado el líder cubano. Puede entonces uno imaginarle el sobresalto cuando, años atrás, aguardaba en una fila para lavarse los dientes, y descubrió que uno de los que esperaba tras él era Fidel Castro.

“Después que se inauguró el poligráfico Federico Engels, en Guantánamo, salimos para un recorrido, y esa noche compartimos albergue en una instalación de la montaña. Cuando nos levantamos, yo lo vi, y estaba todavía con la camisa de piyama, recuerdo que era azul, sobre el pantalón del uniforme.”

-¿Y desayunaron juntos?

-Como no. Pero espérate, ese mismo día yo me estaba lavando la boca, y siento que alguien me miraba, y me hacían señas, porque era como una pilita ahí, en el monte. Miro para atrás, y era Fidel que estaba en la cola para lavarse los dientes.

Es tanta la humildad del Loquillo, que casi se ruboriza al asegurarle que la historia cubana le agradecerá imágenes únicas en la trayectoria del Comandante en Jefe Tan modesto es que a duras penas revela una de sus más hermosas anécdotas:

-La última vez que trabajé con Él fue en el Palacio de las Convenciones, hará unos tres años. Yo me sentía nervioso porque hacía tiempo no lo veía en persona, ya se había restablecido de la enfermedad, y en cuanto me vio me conoció. Al terminar la grabación, propuso hacer un brindis con vino por lo bien que había salido todo. Yo, estaba algo apartado, me daba pena, y no había alcanzado copa. Cuando él se dio cuenta, me llamó, me dio la suya y me dijo, ‘ven, vamos a brindar.’

(Tomado de Cubasí)

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